domingo, 15 de noviembre de 2015

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Undécimo capítulo: A Sunday to remember.

Esa mañana me había despertado con ganas de hacer algo productivo, sin embargo, un domingo ni a un empollón le apetecía ponerse a estudiar. Pero como la ingeniosa Amy que era, se me había ocurrido una brillante idea, y no, no tenía absolutamente nada que ver con mi nueva y "amable" vecina que día anterior me había desafiado. Pensé que no habría nada de malo en organizar una comida en los que estuviéramos mis padres, Jake y yo, pero una vez más, me equivocaba, y no especialmente por la actitud de mi padre. Este plan me pareció de lo más adecuado, pues quería que mis padres se diesen cuenta que estaba madurando, y que estaba más cuerda que un reloj con respecto a las decisiones que iba tomando en el día a día. Pese que mi padre no estuviese muy convencido cuando le planteé la idea, aceptó, y así mismo lo hizo Jake cuando lo llamé.

Mi día había comenzado mucho mejor de lo esperado, sobre todo cuando Jake y yo nos encargamos de preparar el almuerzo. 
—¿Qué tal si hacemos diferentes platos y así combinamos? —me planteó mientras se ponía el delantal y un gorro de chef que especialmente había traído de su casa para la ocasión.  
—¿Sabes lo difícil que es concentrarse si te vistes con esos trapos? —me reí, pero sobre todo de su encanto natural. Le coloqué bien el gorro para que los mechones de pelo que le caían por la frente no le molestaran.
—¿Es que no me tomas en serio? —se cruzó de brazos con aires superiores. 
—Por supuesto —dije irónica—, pero... —hice una pausa mientras cogía un huevo—me gustas más así —y se lo estampé en la cabeza. 
Instantáneamente el huevo se rompió, y toda la yema le empezó a caer por el gorro y la camisa. Inspiró profundamente, y se relamió los labios. No pensé que Jake fuera a mancharse las manos para hacer una locura que le costaba la aprobación de mis padres, sin embargo, cogió la harina y me la lanzó al pelo. Supuse que tendría todo el pelo repleto de harina, pues la vista incluso se me había empañado y hasta el mínimo pestañeo me molestaba, pero a decir verdad, no me importaba. No es que mis padres estuvieran muy atentos a lo que hacíamos, pues mientras nosotros "cocinábamos" ellos descasaban de su día libre en el jardín de atrás. Y así media hora que podía haber sido invertida en preparar la mezcla de las magdalenas se las tragó el tiempo sin compasión. Y esta fue sin duda la mejor parte del día, y no por los besos en el cuello, aunque no podía negar que me encantaban, sino porque nos imaginaba así, juntos en un futuro. Porque fantaseaba con que nuestros hijos todas las mañanas recién despertados viniesen corriendo a nuestros brazos, soñaba con ser la que se encargara de mantenerlos abrigados, que nos despidiéramos de ellos cuando fuesen al colegio y ellos se girasen para mirarnos una vez más, quería que fuésemos la pareja que se ocupase de dar el beso de buenas noches y le contáramos el último cuento del día.

Estaba colocando el último plato sobre la mesa cuando tocaron al timbre. Pese a la duda de saber quién era, esperé a que mi madre abriera en mi lugar. Se acercó con esa elegancia que ella desprendía, pero no se sorprendió más que yo al ver su cara (de nuevo) en los alrededores.

—Hola Sra. Lively —saludó Emily. Llevaba su usual pelo estropajoso, y las pintas como para ser considerada una pija en toda regla—. Aquí tiene el azúcar que nos dejó el otro día —decía mientras se lo entregaba. No entendía como la gente no se daba cuenta que cualquier cosa que saliera por esa boca era total actuación, ¡si se le notaba a la hora de poner esa voz de niña buena!
—Muy amable, Emily. Gracias por traérmelo de vuelta, me olvidé de hacer la compra esta semana y mis cafés ya lo estaban empezando a echar en falta —rió educada mi madre, y asimismo ella acompañó su carcajada con una más.
—Espero no interrumpir nada —dijo mientras echaba el ojo al interior de la casa. Nuestras miradas se cruzaron y puse una mueca.
—¡No! ¡No te preocupes! —mi madre era muy modesta, y al mismo tiempo, muy abierta con la gente. Desde que era pequeña ella me había inculcado los valores de no juzgar a las personas por su apariencia o por la primera impresión que su aspecto nos daba, pero mi instinto casi nunca fallaba, y ahora que estaba segura al ciento por cien de la doble personalidad de mi nueva vecina (mejor conocida como Hannah Montana), debía creer en mi sexto sentido. Si madre supiera como era realmente Emily, no tendría más remedio que escuchar mis palabras. Aunque era típico de cualquier madre creer llevar la razón, «tengo más experiencia de vida que tú» me recordaba, incluso cuando no venía a cuento.— ¿Quieres quedarte almorzar? Amy y Jake han preparado el almuerzo, y por el olor me atrevería a decir que es todo un manjar.

Casi me da un un vuelco al corazón al escuchar esa proposición por parte de mi madre. Me hizo falta aire para gritar en medio de la sala. Vale, quizás dramatizara un poco, pero no me figuraba la situación. Probablemente estaba de acuerdo con que mi madre tuviera de vez en cuando algún que otro gesto altruista, pero invitar a personas como Emily, era traspasar la raya. No quería imaginarme lo que una Amy rebelde podía hacer, pese a las conclusiones a las que había llegado, me tranquilicé. No faltaron más de cinco segundos para que Jake, que también estaba atento a la conversación entre ambas, me mirase. Sus ojos esperaban una reacción en cualquier gesto que yo hiciera que descubriese la pésima idea que era. Lamentablemente, mi cara era un poema, por lo que ocultar mis sentimientos se hacía bastante complicado y un reto casi imposible. Así que retener cualquier ceño fruncido o una mueca era como esperar que un golpetazo en el dedo meñique del pie no te doliera. Quizás si le contara a Jake lo sucedido el día anterior comprendería mis razones para no querer verla ni en pintura, pero la dificultad del problema se basaba en que pensaría, una vez más, que me atacaban los celos. ¡Pues debía saber que no era lo suficientemente atractivo como para ponerme celosa! Quitando el hecho de que NO lo estoy, ¿debería? Cualquier chica en mi lugar tendría complejo de tigresa en celo, debido a que el noventa y nueve por ciento de las veces ella pensaba más en como tocar con la lengua su úvula que en tener bien la manicura, y eso ya era difícil. El caso era que no solo tenía que soportarla durante aproximádamente una hora, sino que debía comportarme, y eso incluía el no matar con la mirada, una pena... porque si por mi fuera ya le hubiera clavado el tenedor en el ojo.

—Me parece una gran idea —sonrió entusiasmada pensando en noséqué intenciones—. Iré a avisar a mis padres, en seguida vuelvo.

La palabra "tortura" comenzó a tener sentido cuando tomó la pésima idea de sentarse frente a mí. Pero fue casi peor presenciar la escena en la que ella le ofrecía probar un poco de su plato a Jake. La vena celosa se apoderó de mi en milésimas de segundo, aún así tenía motivos.

—¿Quieres? —preguntó manteniendo el tenedor enrollado de espaguetis al vuelo—La verdad es que están deliciosos.
—Sí, los cociné yo misma —respondí antes de que Jake diera una respuesta positiva. Una sonrisa de picardía se asomó en mis labios. Lo que Emily no sabía era la sorpresa que llevaba una vez que diera un bocado—. ¿Está en su punto o tiene demasiada pimienta?
—Probablemente te hayas pasado con las especies.
—Bueno, no lo suficiente como para dejarlas en peligro de extinción —en ningún momento pensé que Emily —o como yo llamaría "sin cerebro"— pudiera entender el significado connotativo de lo que quería decir. Así que la dejé con el cejo fruncido, mientras los demás me miraban con expresión alguna.

Cuando creí que el mundo se desvanecería por momentos, escuché mi móvil sonar desde la cocina. Me excusé para ver quién oportunaba el momento y cuando fui a levantarme, le di a Emily una patada intencionada por debajo de la mesa.

—Uy, perdona —me disculpé con mi típico tono irónico.

Fue Sammy quién me alegraba el día una vez más.
—Hola —saludé desquiciada por la situación. Emily se estaba riendo a carcajadas al mismo tiempo que tonteaba con Jake.
—Me da la impresión de que estás a punto de matar a alguien.
Sammy era capaz de hacerme sonreír con cualquier comentario, y no por el mero hecho de que solía reírme por cualquier tontería, sino por la entonación que no venían a caso con lo que quería decir. Y la admiraba muchísimo, porque pese a las circunstancias familiares con las que tenía que lidiar y otros diversos temas, sus labios siempre disimulaban una sonrisa. En su rostro nunca había una expresión que te hiciera pensar que ella estaba pasando por un mal momento, sin embargo, conocerla desde hacía diecisiete años te facilitaba el conocimiento sobre sus sentimientos, y que con una simple mirada pudiera descifrar cualquier pensamiento. Me gustaba pensar que era la única que la veía desde otra perspectiva, desde una chica frágil y no como la "dura" chica que se enfrenta a cualquier miedo. No me gustaba imaginar que sería de mí si ella desapareciera de mi vida, era mi otra mitad. La quería tal y cómo era, y eso incluía muchos factores de su personalidad que me desquiciaban, pero era la única y mejor amiga que tendría, y que sabía a ciencia cierta.
—Qué bien me conoces —procuré no sacar el tema de conversación delante de mi familia y la "arpía", así que me limité simplemente a responder con palabras que no se relacionaran con el campo semántico "comida familiar", pues era difícil escapar de ocho oídos que simulaban no estar atentos a mis palabras. Aunque juraría que Emily, quitando el hecho de que tenía el sentido de la estupidez humana, sabía hacer incluso tres cosas a la vez; se podía decir que casi era un reto para ella.
—¿Emily? —nada más escuchar su nombre me produjo escalofríos.
—Has dado en el clavo.
—Sí, a mi tampoco me cae demasiado bien. ¿Qué tal si paso a salvarte? —sugerió mi amiga. Si no estuviera de espaldas a la mesa, mi familia no hubiera tardado ni una milésima de segundo en preguntar porqué sonreí tan contenta. Pero es que mi mejor amiga era mi esperanza de rescate a cualquier evento o particularidad a la que mi vida estuviera sometida.
—No me lo preguntes dos veces.
—¿Y Jake? —preguntó intrigada. Y yo puse una mueca al girar mi rostro y observarlo tan inserto en la conversación, como si lo que dijera la niña mimada fuera lo más interesante.
—Por lo que se ve, tiene otras cosas mejores que hacer —respondí indignada con la tesitura.
—Estaré en diez minutos.

Antes de que mis padres me sermonearan por el "mal" comportamiento que había tenido durante la comida al tomar la llamada, me fui arreglar sin el consentimiento de nadie, nada más que el de mí misma.

—¿Tienes planes? —preguntó mi padre con cierto retintín mientras subía las escaleras.
—Pues sí, he quedado con Sammy. Mejor si dejamos la comida para otra ocasión.

No es que estuviera actuando como una chica que había madurado, y más o menos eso era lo que pretendía, pero los ciertos factores con los que tenía que tratar, y con "factores" me refiero a la arpía, no me lo ponían ni un poquito fácil. Quizás estaba huyendo de mis problemas, de los obstáculos que el destino había colocado en mi camino, pero no era la ocasión para rebelarme, pese a que ese fuera mi carácter. Antes de que pudieran reprocharme o prohibirme la salida de casa, me encerré en mi cuarto para preparar una pequeña bandolera dónde guardar las cosas, y cuando ya era la hora prevista me despedí y salí de casa con certeza. Antes de que pudiera localizar a Sammy, que me había convencido de ir en su coche —a pesar de que me hubiera gustado ir en el mío—, Jake salió tras de mí y me agarró de la mano, impidiendo mi ida.

—¿Adónde vas? —preguntó Jake preocupado.
—No te importa —contesté belicosa. Me deshice de su mano y me crucé de brazos, dándole la espalda y esperando a que el Jeep de Sammy apareciera ante mis ojos.
—Es Emily de nuevo, ¿no? —él sabía perfectamente de que se trataba, así que se podría decir que era una pregunta retórica en la que buscaba una respuesta obvia.
—No sabía que también tenías capacidad de percepción.

Rió sarcástico y se fue acercando a mí por la espalda, hasta alcanzar abrazarme. Sus largos brazos me rodearon la cintura hasta que sus manos quedaron entrelazadas en mi vientre. Asimismo, reposó su barbilla en mi hombro y me dio un beso en la mejilla. Jake sabía con bastante seguridad la rapidez en las que mis enfados se desvanecían, me conocía lo suficiente como para saber que era sumisa a sus besos, pero no entendía que los problemas no se solucionaban a base de condescendencia, regalándome caricias.

—¿Sabes? Me encanta verte enfadada —se sinceró Jake—. Primero, frunces los labios —empieza diciendo mientras a cada espacio entre frase y frase me deleitaba un beso en el cuello— más tarde te muerdes el labio y cuando estás a punto de estallar, se te sonrojan las mejillas. Y no es porque tenga una gran capacidad de percepción, como has dicho antes, sino, porque me encanta mirarte. Cuando sonríes y se marcan tus hoyuelos, cuando te desquicio y pones los ojos en blanco, y cada vez que te beso, que te estremeces.
—¿Y ahora mismo según mi expresión cómo dirías que me siento?
—Creo que estás al mínimo de matarme, pero no sé si a besos o la verdadera forma de una asesina en serie.
—Mejor que no te la juegues —le aconsejé.

El Jeep de mi mejor amiga aparcó justo delante de nosotros y me marché haciendo caso omiso a cualquier cosa que me dijera o hiciera. Mi intención por el momento era dejar que reflexionara sobre cómo me sentía, aunque tuviera que surgir el tema en otra ocasión. No podría estar mucho tiempo más permitiendo que esa entrometida permaneciera en nuestras vidas, por lo que esperaba que mi almohada me ayudase a programar mis siguientes movimientos, o como preferiría llamarlo "plan de venganza". Ciertamente Sammy era la mejor en ello también, así que esperaba que su superdotado cerebrito pudiera ayudarme en algo. Antes de que pudiera tomar una decisión precipitada me limité a organizar mis pensamientos sobre cómo me sentía en aquel instante en cuánto a lo que acababa de pasar, y a dejar que el tiempo fluyera. Todo saldría bien, estaba convencida.